Monday, December 18, 2006

Los Amigos del Alma tienen cuatro patas y cola IV: Socrates

Oh, Socrates... que perro tan más cagado.
Él llegó a nuestras vidas una semana después de que falleciera mi abuelo Honorio, nos lo regalo una vecina de mi tía Marta.
Él era chaparro, amarillo y con buena cara. No era de raza, pero siempre decíamos que era un mastín napolitano.
Para mí Socrates era la reencarnación de algún cabrón muy huevon, irresponsable, e ingenioso.
También volaba el zaguán, pero cuando engordo y ya no podía brinca se paraba en sus dos patas traseras y con las patas delanteras abría la puerta.
Paso casi toda su vida dormido. Parecía borracho cuando dormía boca arriba. Y cuando estaba echado en una sombra a un lado del zaguán y alguien entraba, solo asomaba la cabeza, porque era muy chismoso, y valiéndole madre si era algún ratero, él se echaba de nuevo para regresar a su sueño. Para entrar a la casa, que a mi mamá nunca le ha gustado que los animales pasen de un metro de la puerta a adentro de la casa, se metía, se escondía en el estudio de mi papá, que ya era el limite de donde podía pasar, y sigilosamente asomaba la cabeza para asegurarse de que mi mamá no estuviera cerca. Cuando había reuniones, se metía, se sentaba muy bien portado a un lado de todos, según estaba muy atento a las platicas, pero cuando volvíamos a verlo estaba cabeceando del sueño. Un momento inolvidable fue cuando orinó el árbol de Navidad.
Casi muere cuando un idiota lo rozo con su auto. Se lastimo la pata tan gacho que hasta el hueso se le veía. Al principio no le gustaban las lavadas y la cosa esa que mi mamá le echaba para curarlo, pero después de comprender que si no se dejaba no iba a curarse y a dejar de sentir dolor, iba solo con mi mamá y hasta le daba la pata para que lo curara. Claro que no volvió a caminar como antes. Pero siguió siendo el mismo pinche perro.
Tal vez no mencione que le gustaba dormir a la mitad de la calle. Así fue como lo perdí.
Ocho días antes de mi cumpleaños, 8 de junio, desperté y escuche que mi hermana preguntó "¿ y el pinche Socrates?" a lo que mi mamá dijo "No sé" yo pense que estaba de vago como siempre y sin problemas ni dudas me fui con Karina a atender el changarro de mi tío Gustavo. Regresamos en la noche, y el güey no estaba. Después de un rato me alteré y salí al patio y a la calle –solo a mi calle- a buscarlo. Le pregunte a uno de los ex inquilinos si sabia donde estaba, y me dijo "¿Que no se supone que esta muerto?" ¿Muerto? ¿Mi perro muerto? Asustada fui con mi mamá y ella y mis hermanas me dijeron que lo atropelló el de La la. Socrates estaba dormido a mitad de la calle, con el camión detrás de él. Lloré desconsoladamente, y aun lo hago, prometiendo no volver a tomar leche La la. Incluso cuando venían a surtir yo le decía a mi mamá "Mamá, ¿Que vas a querer de la leche asesina?"
Cumplí por varios meses, pero después volví a beberla, pues no beberla no me regresará a mi perro.

1 Comments:

Blogger Hamlet said...

Elenka, me volvió a conmover tu historia casi hasta las lágrimas. Aunque también me saco una carcajada eso de que se orinó en el árbol de navidad, que desfacahatez. Y claro, lo de la Lala, la "leche asesina", y es que un perro, un gato, o cualquie mascota, es algo más que eso, es parte de la familia, como un hermano.
Buena historia aunque la historias de animales siempre terminan en finales tristes, sus vidas iluminan y alegran nuestras existencias.
Ya le toca el turno a la puerquita que tienen, que espero tu papá no se le ocurra nunca matarla. Saludos.
Sientete afortunada, no tengo tiempo de comentar blogs, y tu has sido la elegida para un comment.

1:12 PM  

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